Por Margarita Pollini
Buenos Aires, 29 de mazo del 2018 – En vísperas de Semana Santa, y como apertura de su abono a tres conciertos sinfónico-corales, el Colón ofreció el Stabat Mater de Rossini. El Coro Estable, protagonista de este abono, unió sus fuerzas a la Orquesta Estable y a un excelente cuarteto solista, bajo la dirección segura de Silvio Viegas. La elección de la obra coincide con los homenajes del Colón a Rossini, a 150 años de su muerte, tributos que continuarán con L’italiana in Algeri en la temporada lírica y la Petite Messe Solennelle como cierre del abono de conciertos corales.
Obra posterior al abandono de la composición operística por parte de su autor, el Stabat Mater de Rossini tuvo una génesis curiosa: lo encargó el sacerdote Manuel Fernández Varela durante una visita del compositor a Madrid (1831), pero Rossini demoró la escritura; cuando, más cerca de la fecha pautada de estreno, Fernández Varela quiso saber cómo iba la composición, Rossini tuvo que recurrir a su colaborador Giovanni Tadolini para que lo completara, y así se estrenó en Madrid en 1833 bajo la dirección de Ramón Carnicer (más conocido en nuestro continente por ser el autor de la música del Himno Nacional de Chile). Tras la muerte de Varela, el manuscrito fue a parar al editor Aulagnier, quien quiso publicarlo, y entonces Rossini debió reemplazar con números propios aquellos escritos por Tadolini; esta versión definitiva se estrenó en París en 1842.
Rossini despliega en su Stabat Mater una variedad de texturas, recursos y procedimientos que hacen de la unidad del conjunto uno de los mayores desafíos de la interpretación. Silvio Viegas, el director brasileño de recordada actuación en El holandés errante en el Teatro Argentino de La Plata, logró este objetivo, y también otros.
El cuarteto de solistas tuvo la excelencia como denominador común. Adriana Mastrangelo interpretó con su probada solvencia y compenetración (muy bien en especial en su cavatina “Fac ut portem” y el difícil dúo “Quis est homo”), y el experimentado bajo italiano Riccardo Zanellato aportó una voz de peso y contribuyó a sostener con buena afinación los dos difíciles números a cappella. Pero, más allá del buen rendimiento del conjunto, hubo dos revelaciones para gran parte del público del Colón: la soprano paraguaya Montserrat Maldonado y el tenor argentino Santiago Martínez. Con su voz suntuosa, de perfecta proyección y flexibilidad, Maldonado fue -además de musicalmente impecable- expresiva y dramática en todas sus intervenciones, hasta el clímax del “Inflammatus et accensus”. Por su parte, Martínez (quien había tenido una muy buena actuación reciente en la ópera Tres hermanas, en el mismo escenario), de emisión y tesitura perfectas para Rossini, brilló en la famosa y difícil “Cujus animam gementem” y en los números de conjunto.
Integrado por voces seleccionadas y entrenadas para el repertorio lírico, el Coro Estable del Teatro Colón superó todos los desafíos que la obra le impone; bajo la preparación estricta de Miguel Martínez y la batuta atenta de Viegas, tuvo en todo momento afinación impecable y buen empaste, y el trabajo dinámico fue notable. El desempeño de la Orquesta Estable fue más sobresaliente en las cuerdas -en las que se evidenció un trabajo tal vez más detallado- que en maderas y metales, donde algunas desafinaciones apenas deslucieron el resultado.
De la intimidad contemplativa al grito desgarrado, del ímpetu heroico a la apoteosis sonora, todas las facetas de la espiritualidad que Rossini desplegó en esta obra fabulosa tuvieron en esta versión su correlato, ante una sala poblada que ovacionó este gran logro del conjunto.
Fotos: Gentileza Prensa Teatro Colón